miércoles, 4 de enero de 2012

EL MENDIGO SANTO




Esta historia la cuenta Juan Tauler, famoso místico alemán del siglo XIV. Dice que le pedía constantemente al Señor que le diera un maestro espiritual para llegar a ser santo. Un día, al salir de la iglesia, vio a un mendigo que pedía limosna. Sus pies estaban heridos, llenos de barro y desnudos. Sus vestidos eran viejos y estaban rotos. Daba pena verlo, pues tenía el cuerpo lleno de llagas.

Juan le dio una moneda y le dijo:

- Que Dios te bendiga y te haga feliz.
- Soy muy feliz. Sé que Dios me ama y acepto con alegría todo lo que me sucede como venido de sus manos. Cuando tengo hambre, alabo a Dios; cuando siento frío, alabo a Dios; cuando recibo desprecio, alabo a Dios. Cualquier cosa que reciba de Dios o que él permita que yo reciba de otros, prosperidad o adversidad, dulzura o amargura, alegría o tristeza, la recibo como un regalo. Desde pequeñito sé que Dios me ama. Él es sabio, justo y bueno. Siempre he sido pobre y desde pequeño padezco una grave enfermedad, que me hace sufrir mucho.
Pero me he dicho a mí mismo: Nada ocurre sin la voluntad o permiso de Dios. El Señor sabe mejor que yo lo que me conviene, pues me ama como un padre a su hijo. Así que estoy seguro de que mis sufrimientos son para mi bien. Y me he acostumbrado a no querer, sino a lo que Dios quiere. 
Siempre estoy contento, porque acepto lo que Dios quiere y no deseo, sino que se haga su santa voluntad. Así que nunca he tenido un día malo en mi vida y tengo todo cuanto puedo desear. Y estoy bien, porque estoy como Dios quiere que esté.
- ¿Y si Dios lo arrojara a lo más profundo del infierno?
- Entonces, me abrazaría a Él y tendría que venir conmigo al infierno. Y preferiría estar en el infierno con Él que en el cielo sin Él.
- Dígame, ¿Ud. pertenece a alguna gran familia?
- Yo soy Rey
- ¿Rey? ¿Y dónde está su reino?
- Mi reino está en mi alma, donde vivo con mi padre Dios.

Entonces, Juan, que era aspirante a santo, comprendió que ese mendigo de la puerta de la iglesia, era un gran santo, más rico que los más grandes monarcas y más feliz que todos ellos. Le dio otra moneda, le dio su propio manto y entró de nuevo a la iglesia para agradecer a Dios la gran lección recibida. Nunca olvidaría que el fundamento de toda santidad es aceptar siempre y en todo la voluntad de Dios. Es decir, hacer feliz en todo a su Padre Dios.